Opinión

500 años de la caída de Tenochtitlán: una conmemoración conflictiva-Opinión

El Dr. Pérez Vejo reflexiona sobre la polémica que se ha generado entorno a un suceso ocurrido hace medio milenio 

Por: Tomás Pérez Vejo

La conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlán ha resultado bastante más conflictiva de lo que, dada la lejanía histórica de los hechos rememorados, habría cabido suponer.

Leyendo las polémicas, entre historiadores y muchos ciudadanos que sin serlo expresan su opinión a través de redes sociales y medios de comunicación, más pareciera que estuviésemos discutiendo sobre sucesos de rabiosa actualidad que sobre algo ocurrido ya hace medio milenio en un mundo casi por completo ajeno al nuestro.

La voluntad de los gobiernos de la 4T, capitalino y federal, de convertir la conmemoración de la caída de la vieja Tenochtitlán en una especie de juicio histórico sobre la conquista y sus ignominiosas consecuencias ha tenido que enfrentarse tanto a su inanidad como a las disensiones de la memoria colectiva en torno a unos hechos que, a pesar de su lejanía temporal, siguen siendo eje del debate identitario mexicano.

Una especie de interminable querella del pasado que, como toda polémica histórica, tiene que ver sobre todo con el presente y el futuro, con qué somos y con qué queremos ser, y sobre la que cada nueva generación mexicana parece obligada a tomar partido.

La inanidad es obvia, por muchas denuncias,reclamaciones y juicios morales que se hagan sobre lo ocurrido hace quinientos años la conquista ocurrió y además somos hijos de ella.

El México actual existe porque en 1521 el vencedor fue Cortés y no Cuauhtémoc y cualquier otro desenlace nos habría llevado, no a un México diferente sino a un mundo, lo de si mejor o peor forma parte de la historia ficción de los moralistas de alcoba, en el que ni México ni los mexicanos existirían.

Más interesante, y conflictivo, es el problema de la construcción de una memoria compartida sobre lo ocurrido en 1521. Asunto que ha envenenado la vida pública de México desde el momento de su nacimiento como Estado-nación y del que los recientes cambios de nombres y el revisionismo de las conmemoraciones son sólo un episodio más, ni particularmente radical ni casi seguro tampoco el último.

El Estado nacido de la guerra de 1810-1821, mucho más una guerra civil entre novohispanos que una guerra entre españoles y mexicanos, necesitó, como todos los contemporáneos, construir la nación en cuyo nombre ejercería a partir de ese momento el poder, en nombre de la nación y noya por la gracia de Dios.

Una nación es sólo la fe en un relato, la historia convertida en memoria, y en el relato de la mexicana la conquista, no podía ser de otra forma, tiene un papel central, pero con dos interpretaciones enfrentadas sobre su sentido y significado.

La una, imagina la historia de México como un ciclo de nacimiento, muerte y resurrección, con una nación mexicana nacida en la época prehispánica, muerta con la conquista y resucitada con la independencia; la otra, a partir de la metáfora del hijo que llegada a la edad adulta se emancipa de la tutela paterna para formar un nuevo hogar-nación, con una nación mexicana nacida con la conquista, crecida en los tres siglos virreinales y llegada a la edad adulta con la independencia.

Dos formas de narrar y recordar la conquista no sólo antitéticas sino también incompatibles, en una la muerte de México, su negación; en la otra su nacimiento, aquello a lo que nación debe de ser fiel para ser ella misma.

El origen de un conflicto identitario, como todos los de su tipo, con una enorme capacidad de polarización, especialmente en momentos en los que la vida política deja de entenderse como la contraposición entre proyectos político-ideológicos alternativos para convertirse en el enfrentamiento entre el bien y el mal.

Tomás Pérez Vejo nació en Caloca (Cantabria), doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid (1996) hizo también estudios de periodismo (Licenciado en Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid, 1980), historia del arte (Licenciado en Historia del Arte, Universidad Complutense de Madrid, 1982) y ciencias políticas (Licenciado en Sociología y Ciencias Políticas, Universidad Complutense de Madrid, 1985). Ha ejercido la docencia en diversas universidades europeas y americanas. Actualmente es Profesor-investigador en el Posgrado de Historia y Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México, nivel III.